La primera sorpresa llegará al descubrir cómo dos objetos tan esencialmente dispares pueden ser utilizados para suscitar tan similares y profundas emociones.
Porque, a lo largo de este originalísimo concierto a cuatro manos, el piano y la baraja, confundiendo las fronteras entre sus respectivos mensajes estéticos, dialogan y se interpelan mutuamente sobre las más sutiles y eficaces formas de pulsar las fibras de la emoción y de la capacidad de asombro que, como el arpa de Bécquer, esperan ansiosas en el alma del espectador sensible. Claro es que un  hermanamiento mágico-musical tan singular como el propuesto sólo podía cuajarse en espléndida realidad mediante el feliz encuentro de dos intérpretes excepcionales en sus correspondientes terrenos artísticos.
A la vista de dichas premisas no había de ser extraño que, a lo largo de su actuación, este inusual aunque privilegiado “dúo” de intérpretes se vea transformado en un “trío” merced a la aparición de otro elemento no por invisible y misteriosos menos real: el “duende”, ese “algo” tan difícil de definir y cuya presencia es siempre tan deseada como apreciada.
Dispónganse, pues, a disfrutar. Pocas veces se habrá empleado con más propiedad la expresión “estamos en buenas manos”.